Decíamos el mes pasado, en este mismo editorial, que la acción local y comunitaria es una de las claves para cambiar las cosas. Lo apuntábamos en el contexto de unas inminentes elecciones municipales y autonómicas, señalando que muchas de las políticas sociales que afectan a las personas mayores son competencia de ayuntamientos, diputaciones y Gobiernos regionales, y concluyendo, quizá, en lo evidente: el poder del voto como agente del cambio. 

No hace falta un análisis concienzudo de los resultados obtenidos en los comicios del 28M para comprobar cómo ha cambiado el panorama político en España de un plumazo. El Partido Popular alcanzó unos resultados excelentes en seis de las ocho grandes ciudades españolas, siendo primera fuerza e incluso alcanzando la mayoría absoluta en el caso de la capital madrileña. Además, a nivel autonómico, arrasó en la Comunidad de Madrid y La Rioja, que podrá gobernar en solitario, y arrebató el poder a la izquierda en Comunitat Valenciana, Aragón, Cantabria, Extremadura, Murcia e Illes Balears, aunque en estos casos con la necesidad de negociar con la ultraderecha. Además, los socialistas perdieron Canarias en favor de Coalición Canaria, que también podría formar Gobierno aliándose con la derecha. 

Es decir, el PSOE solo consiguió retener Castilla-La Mancha, Navarra y el Principado de Asturias, tres comunidades de la docena que había en disputa.

Los resultados no solo sirvieron para reconfigurar el reparto de fuerzas, sino que también precipitaron el adelanto de las elecciones generales, ahora previstas para el 23 de julio. Así que, sin apenas espacio para la autocrítica o la reflexión, lo que parecía el aleteo de una mariposa ha terminado por meternos de nuevo en campaña. Y es que, “no hay nada más local y comunitario que nuestro voto”, decíamos el mes pasado.

De la misma manera que hace 30 días reparábamos en la importancia que tenía en nuestro día a día la política de proximidad, ahora debemos centrar la mirada en las grandes cuestiones, aquellas más generales que abarcan bloques como la educación, el empleo, la vivienda, la Cultura... asuntos ministeriales, al fin y al cabo, que definen la ideología de cada partido, pero que, además, determinan las reglas del juego, así como los derechos y deberes de las personas. 

Por obvio que sea subrayar la trascendencia de la macropolítica en los ciudadanos de a pie, nunca está de más advertirlo de nuevo. Porque, detrás de las campañas agresivas que veremos (la política del tú más) y de los lemas reduccionistas de cada contendiente (entre Txapotes y Trumpistas) –por cierto, vacuos argumentos que haríamos bien en desatender–, estará en el aire, por ejemplo, la dirección que tomarán las pensiones futuras, manteniendo o, quién sabe, derogando la última reforma; la eterna dicotomía de la sanidad, con acento en lo público o lo privado; la apuesta definitiva por un (ahora sí) nuevo modelo de cuidados; o los debates sociales que surgen en torno a la igualdad, los colectivos LGTBI, las personas trans o la ley de solo sí es sí, por citar los más recurrentes.

Las elecciones municipales y autonómicas demostraron que la política regional y local puede transformarlo todo, inclusive acelerar otros comicios que no esperábamos hasta diciembre.

Tras el terremoto, ahora el horizonte político español se asemeja a aquel fragmento de Match Point, en el que una pelota de tenis volaba de un lado a otro de la pista hasta que golpeaba la cinta de la red y, durante una fracción de segundo, se debatía a cámara lenta entre caer hacia la izquierda o la derecha. En este impasse nos encontramos, sin saber en qué parte del campo descansará la bola. Sin embargo, es ahora cuando deberemos ser conscientes del momento decisivo. Volveremos a votar y esta vez lo que elijamos no solo tiene el potencial de cambiar las cosas, sino también de cambiarnos a nosotros.